domingo, 30 de octubre de 2016

Civilidad





 

        De pronto, me embiste una camioneta. Salto a la acera y leo “SOS Venezuela” en el vidrio posterior, pero no alcanzo a escuchar lo que el hombre grita. El semáforo continúa en rojo. A un lado de la cola para adquirir harina y papel higiénico un perro lánguido muerde una bolsa de basura. Alguien reclama porque ceden lugar a una viejita que casi toca el suelo con la quijada. En la esquina siguiente dos indígenas comen de un plato. Pido un café en la barra, “no hay leche, jefe”, advierte el joven con los ojos de Chávez mirándome desde su pecho. Tampoco, agua embotellada. En la boca del metro linchan a un delincuente, en los vagones cantan raperos y se dan trompadas las mujeres para salir al andén. Ya en el bulevar, oficialistas desgañitados celebran al país con las mayores riquezas petroleras del mundo. Adelante, una protesta contra la inseguridad es disuelta con gases lacrimógenos. Piso pancartas, corro hasta una panadería de donde la guardia saca a empellones varias personas asfixiadas. Me enredo con una bandera y veo en un afiche la cara de uno de los asesinados la última semana. Cuando llega el enjambre de motos con gallardetes y tubos entro en la universidad. Sólo vinieron cinco alumnos, los otros están marchando, pidiendo visas o reducidos de miedo en sus casas. Comienzo la clase: “la civilidad, damas y caballeros, es un concepto básico de las repúblicas.” A lo lejos, oigo disparos.