Adscrito
a una tradición narrativa cuyos inicios podrían establecerse en la “acuarela de
los costumbristas” (la frase es de Arturo Uslar Pietri), Tristicruel viene a incorporarse a una sólida línea en la cual
sobresalen, en el siglo XX, los nombres de Simón Barreto Ramos, Luis Britto
García y Ángel Gustavo Infante. Me refiero a la imitación de ciertas formas de
la oralidad para construir el relato pero, sobre todo, como estrategia para
fijar rasgos idiosincrásicos de lo venezolano. Así, con base en el calco del
idiolecto caraqueño, Michelli materializa nueve piezas sostenidas en la
capacidad comunicativa de una lengua constantemente erosionada por lo que
algunos puristas llamarían “barbarismos”, no obstante que acá ese uso corrobora,
como siempre, la facultad característica de la especie: el don del lenguaje. Es
lo mismo que ocurrió antes con ciertas creaciones de los autores mencionados
(mucha de su ganada fama se debe a ello), situación que, por supuesto,
continuará presentándose en el futuro, pues la literatura suele echar por
tierra las más bondadosas acciones de cualquier gendarme de lo escrito.
Cierto
que Domingo (permítanme la confianza) señala que la suya es una propuesta que
se vincula, en principio, con el choteo oral auspiciado por Cabrera Infante;
sin embargo, su libro suma un nuevo título al conjunto de la narrativa
venezolana sustentada en esa herramienta que intenta hacernos creer que leemos
una transcripción y no, como indica la poética, una obra con intenciones artísticas,
más allá del mero apunte idiomático. De modo pues que, Tristicruel supera el examen que todo debut implica, tanto más
cuanto que se apropia de los aparejos discursivos del habla imitada en la
escritura, una materia de difícil manejo incluso para narradores expertos.
Con
todo, no es este el único elemento distintivo de las composiciones; otro, muy
obvio, es el relacionado con el estatuto genológico de los relatos: ¿se trata
de cuentos o crónicas? ¿O estamos ante un ejercicio de autoficción? Estas aparentes
dudas hacen más interesante el volumen: Domingo supo traslapar los límites
entre varias formas del discurso narrativo sin descuidar la esencia que da
organicidad al libro: el claro argumento de una historia. Lo que quiero decir
es que, aun cuando en algunos pasajes la prosa adquiere la tesitura de una
crónica, un ensayo o simula una expansión autobiográfica, Tristicruel resulta un tomo de cuentos articulados en torno de las
peripecias de personajes (humanos o no) asentados en Caracas y habituados de
tal modo a ella que pudiera afirmarse que el tomo constituye un homenaje
agridulce (o “tristicruel”) a esta ciudad. La mezcla y fusión de formatos y
géneros, en fin, devienen entonces recursos para explotar las posibilidades
creativas y simbólicas del cuento; una práctica por demás natural en el relato
contemporáneo. En este sentido, recuerdo los trabajos de Alejandro Rossi (Manual del distraído —1978), Héctor
Seijas (Cuadernos de pensión —1993) o
Pedro Enrique Rodríguez (Oficio de
lectores. Textos de detectivismo literario y especulaciones narrativas —2008).
Para
seguir en el nivel de la estructura, hay otro aspecto al cual quiero hacer
referencia: el gusto de Domingo por desarrollar pequeñas historias dentro de
historias mayores, como leemos, justamente, en “Historia de los barrios
escondidos de Caracas”, “Todos, todicos todos” y “Carruseles”. (Curioso: al
peruano Julio Ramón Ribeyro debemos el excelente “Carrusel”, un cuento que
lleva a otro cuento que lleva a otro cuento y así. En este mismo contexto sobra
toda mención a la narrativa de Roberto Bolaño.) Esta estratagema permite que,
en mínimo espacio, podamos intuir una perspectiva más amplia al unir los
fragmentos integrados por el marco anecdótico. El ardid se hipertrofia de
manera eficaz y fascinante en el apartado “Perrulandia” de “Historia de los
barrios escondidos de Caracas”, donde a pie de página se desgrana otro cuento.
En una de esas notas se lee:
En este cuento iba
a caber una anécdota en que un par de perros domésticos, asomados en las ventanas
de un carro[,] observaban (…) sonrientes a los peatones (…) El hecho es que si
continuaba con eso, el motivo del cuento iba a perderse en un estudio de la
naturaleza canina y no lugareño, se convertiría en una suerte de ensayo lleno
de notas (p. 47).
Pese
al comentario, el apartado es eso: un jocoso “ensayo lleno de notas”.
“Villaverde”,
quinta parte de “Historia de los barrios escondidos de Caracas”, también
utiliza el mismo expediente: cristalizar un relato en la parte baja de la
página, en las notas a pie.
Respecto
de los registros temáticos, Tristicruel
hace énfasis en la representación de la Caracas convulsionada de los últimos años.
Algunas de las exhibiciones de la llamada “revolución bolivariana” reciben
tratamiento mordaz, pero también el gentilicio caraqueño, anárquico y
polarizado por la lucha ideológica. En general, los cuentos se escoran hacia el
campo del realismo (“Adiós letrero”, “Alpaso quevan”, “Todos, todicos todos”,
“Repagando la muerte”, “Gerontofobia”); no obstante, en ellos no se desdeñan
las incursiones hacia la distopía (“Carruseles”, “Presovisón”), lo fantástico
(“Lectura peatonal”) y la ciencia-ficción (“Villaverde”, quinto apartado, ya se
dijo, de “Historia de los barrios escondidos de Caracas”).
Por
otra parte, el tempo narrativo de
estos textos se halla atravesado por una descarnada ironía en la cual el humor atenúa
lo que de otro modo pudiera entenderse como una toma de partido sociopolítico,
pese a aquello que aclara la “Alvertencia” [sic]:
no “es de gratis el ingenuo sentido de compromiso (sea cualsea)” [sic]. Al contrario, Tristricruel rescata el tono festivo de la chacota venezolana de
burlarse de los malos tiempos en buena literatura, sin desmedro de las
dolorosas escenas que recrea ni de la triste pintura de una ciudad venida a
menos. Esta actitud semeja el talante de quienes son capaces de hacer ficción
con los escombros para sobreponerse a las causas en apariencia perdidas y con
ese gesto dejar testimonio de cómo les duele el país. Una tierra donde entra con
firmeza el libro de Domingo y donde habitan narraciones inolvidables de Igor
Delgado Senior, Otrova Gomas, Salvador Fleján.
Finalizo.
Es natural que cuando se lee el libro de un amigo se busquen tics, manías,
cosas de su personalidad entre los párrafos, en la manera como cierra una
frase, en los diálogos de un protagonista. Sin embargo, siempre tenemos
presente que estamos ante una obra escrita con la solvencia o torpeza que le da
su dominio del oficio, por lo que no solemos indagar si los textos son simples
trasiegos de vida. Yo espero que al leer Tristicruel
olvidemos que Domingo se marchó abruptamente y que nos sumerjamos en su imaginario
igual como hacemos con todos los escritores: sin preocuparnos de antemano por
su biografía. En todo caso, valga el sabio consejo de Eugenio Montejo: “Dura
menos un hombre que una vela (…) / y sin embargo / cuando parte / siempre deja
la tierra más clara”.
1 comentario:
Excelente apunte. Iré corriendo a comprar el libro para leerlo.
Gracias
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