Dicen que la
crítica es el más infame de los oficios. Sobre todo porque siempre tiene algo
que contrariar a quienes se ocupan del trabajo duro: los verdaderos artistas,
esos que invierten años en un argumento o en la perfecta calibración de una
estrofa.
Dicen que los
críticos no suelen apreciar el talento allí donde éste se manifiesta pues, al
no tenerlo, no saben distinguirlo. Ciegos ante la evidencia se dedican,
entonces, a tareas menores: anotar deficiencias, corregir un pormenor, sugerir
mejoras, exponer la llaga de su falta de imaginación creativa.
Dicen que la
crítica es una actividad escolar sólo interesante para quienes se dedican a
ella, una jauría de amargados que no vive la literatura. Con
todo, muy pocos se preguntan cuál puede ser el sentido de una existencia tan
vicaria, no obstante saber que el mundo se distingue también por sus rarezas.
La crítica se me
impuso como labor la tarde cuando descubrí que para todo hay una bibliografía.
Nada surge de la nada, ni la nada misma; ninguno sabe qué cosa extraña es esto
que padecemos y llamamos vida y por eso escribe: para demorar el paso de las
horas y así, en la cifra de la letra, tratar de entenderla. Dije tratar; tratar
basta.
Escribir sobre
literatura no ha sido una escogencia profesional de resultas de haber estudiado
letras (muchos lo hacen y luego se dedican al tarot, a vender gafas, a
administrar una cafetería) o por haber sido la única plaza disponible en un
concurso universitario.
Escribo crítica
porque es la manera como he aprendido a relacionarme mejor con los otros, con
aquellos que escriben novelas, poemas, cuentos o crónicas (los campos
literarios para mí más fascinantes), pues en sus libros me intuyo y me
comprendo.
Escribo crítica
para engañar al tiempo agotado en la lectura, para armar mi perfil
autobiográfico con base en los títulos que leo y para aceptar, en fin, que sólo
de esa manera puedo dejar sentado el definitivo contacto que se establece entre
dos almas que se tocan por encima de toda distancia a través de las palabras.
Oficio infame, sin duda.
Poco talentoso, mecánico e invidente. Qué le vamos a hacer.
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